¿Estamos preparados para aceptar lo que nos dicen nuestros peques?

Cada vez más, escucho lo importante que es conocer lo que piensan l@s pequeñ@s, escucharles y acompañarlos. Y todo esto me ha llevado a una reflexión que desde hace tiempo tengo en la cabeza y que desde aquí la lanzo a todo@s l@s lector@s de Mamá Nido. Es sobre si l@s adult@s y la sociedad en general, estamos preparados para aceptar la voz de los pequeños y si lo hacemos o solo la usamos como excusa de nuestros propios pensamientos o, lo que es peor, si distorsionamos su voz con nuestra interpretación.

 Para ello os ilustro con dos ejemplos que me han sucedido recientemente:

Uno de ellos ocurrió realizando un taller infantil de participación sobre el espacio público. Los niños y niñas son usuarios por excelencia del espacio público, de las plazas, de los parques… Tienen su manera de usarlo, de cuidarlo, de jugarlo. Tienen su propia percepción, muy distinta a la del adulto, la escala, las alturas, las dimensiones, los límites… El final del taller consistía en que cada niño/a propusiera lo que le gustaría que hubiera en ese espacio. Después de que hablaran y expusieran sus propuestas todos los participantes, terminó hablando una niña de 4 años, que hizo una propuesta en la que diseñaba una zona en la plaza en la que pudiera jugar a lo que quisiera. Cuando terminó de hablar, el padre y los que allí estaban enseguida sonrieron y la miraron diciendo: “No, eso no es lo que ha querido decir, sino quiere decir, un lugar donde jugar a pillar, al tobogán, a las muñecas…” NO, ella había dicho “jugar a lo que yo quiera”, y eso es justamente lo que quería, un lugar donde nadie ni nada le impidiese jugar a lo que le apeteciera en cada momento sin gente que se le cruzara o sin elementos urbanos que le entorpecieran su actividad, no era algo concreto que los adultos tendemos a materializar y poner nombres y hacerlo real, sino es justo su espacio, donde puede jugar con los demás y ella sola, donde nadie le dice que molesta o que no se puede jugar a tal cosa o a tal otra… Reconocer que los pequeños son mejores que nosotros, que son más sociables, más abiertos, más sencillos en los planteamientos, nos cuesta, nos cuesta un montón. Y en muchos casos no lo admitimos y los distorsionamos, ponemos en su boca nuestra propia interpretación, les proyectamos nuestras inseguridades y nuestras visiones, en gran parte peores que los que ellos conocen, del entorno en el que viven.

 Otro de los ejemplos que os cuento, es la anécdota que me contó un amigo sobre lo que le había sucedido con su hijo pequeño. Le había diseñado un juego de lógica matemática con unas cartas con dibujos asociados por una secuencia de hecho-consecuencia. Mi amigo le había explicado las reglas del juego a su hijo y había jugado con el un buen rato, de forma que estaba muy contento con el resultado. Pero al final de la tarde mi amigo terminó algo frustrado, porque su hijo había cogido él solo las cartas y había jugado perfectamente con las reglas del juego pero las consecuencias y la historia que contaba no tenían lógica. Claro, no tenían lógica de adulto, no tenían el resultado esperado por el adulto. Pero el gran error es pensar que el niño no había aprendido nada, que estaba solo jugando a hacer el gracioso, ¡qué error!. Eso es precisamente lo que hacía: Jugar. Se había aprendido perfectamente las reglas del juego, las empleaba bien y se divertía con el juego, que es de lo que se trataba, pero el adulto de nuevo no lo asimila, no lo comprende, no lo acepta.

 Esto es mucho de lo que pasa con los procesos creativos de los peques, no los valoramos, no les damos importancia, solo vemos el resultado que es lo único que tiene valor. Pero no es cierto, en el proceso es donde se aprende, donde se desarrolla la técnica, donde se rectifica y donde se avanza, el resultado es tan solo un producto de la repetición y de la habilidad que se adquiere con la edad.

 Así que, ¿por qué no escuchamos a nuestros niños y niñas de verdad? ¿Por qué no aceptamos lo que nos dicen, lo que nos cuentan, lo que nos enseñan? Dejémosles que digan, que participen, que nos cambien la visión de la realidad. Ellos creen en el bien común, en el disfrute común, en el respeto, de verdad que sí. Sólo inclinémonos un poquito y dejémosles opinar.

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2 Comments

  1. Reply

    Qué cierto lo que comentas, Carmen. Por desgracia…
    Pero, sin intención de justificar los adultos, mayoría de los que ya no son niños, tienen la imaginación tapada por una manta muy gorda de pensamiento racional, limites o maneras de hacer. Para volver a pensar como un niño es necesario aprender a desprenderse de ello y esto no es tan fácil. Es más, muchos de los adultos lo entienden como algo malo, inútil o un obstáculo.
    Pero, estoy de acuerdo contigo que, es muy rica esta mirada limpia y libre de esquemas. Esto es absolutamente imprescindible a la hora de definir los espacios y las actividades infantiles.
    Los que estamos allí, tenemos mucho por aprender y solo lo podemos aprender de los niños.

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